De repente, sin que te hayas desprendido de tu pegatina de «madre primeriza» llega el día en que tu bebé necesita una cama en la que moverse a sus anchas, donde no hay barrotes, ni chichoneras ni ositos colgando.
Poco a poco, con un poco de pena pero también con mucho orgullo, ves crecer a ese pequeño ser que pesaba tres kilos hace 24 meses y que ahora ya no puedes casi ni mecerlo en brazos sin riesgo de que te salga una hernia. Quedan unos meses para decir adiós a pañales y chupetes, vestigios de bebé que quedarán atrás y que recordaremos con una mezcla de nostalgia y alivio.